Más a menudo de lo que la prudencia dicta, la educación de un masón libre queda al arbitrio de las concepciones y principios implìcitos que sobre la formación y educación tienen sus Maestros formadores, quienes, depositarios vivos de un mandato ancestral, deben recurrir la mayor parte del tiempo a sus propias experiencias de aprendices para organizar cuando no el cuadro completo de la enseñanza, al menos los pilares idelógicos y principios filosóficos de la misma.
Ardua tarea espera a quien quisiera apropiarse de tal misión: educar a un masón libre. Duro es el camino de quien voluntaria o moralmente obligado deba hacer frente a semejante odisea. Ello porque no existe una forma explìcita ni regulada de comprender la misiòn de la masonerìa universal: sus declaraciones son de hecho tan amplias y ambiciosas que parece evidente que de una comprensión colectiva e individual construida por la actividad masónica -tanto en las tareas del templo como en las demás que le pertenecen al masón libre-, su único depositario es el masón mismo, con sus propias y personales definiciones sobre las más variadas cuestiones de la vida y el universo completo.
Así puestas las cosas al momento de hablar de la educación masónica, sus principales fortalezas (libertad de creencia y opinión; tolerancia y universalismo; progresismo y laicismo; entre otros) se encuentran al filo de convertirse en sus principales debilidades. Y no es este un llamado a la uniformidad de la vida masónica, cuestiòn imposible dado el caràcter polisémico en su naturaleza misma, sino a la necesidad de reflexionar sobre los principios màs universales que debieran despertar la discusión acerca de la naturaleza, misión y programas de educación en nuestros talleres. Identificar los principios fundantes de la actividad educativa de un masón libre, preguntarse “para qué”, en fin, es una tarea que a menudo se soslaya, para repetir, lastimosamente la mayor parte del tiempo un catecismo desprovisto de sentido epistemlógico y hasta ontológico.
¿Dónde están pues los desafíos que habría que enfrentar antes de emprender la identificación de los prinicipios?
En primer lugar habría que partir señalando que la asuencia frecuente de una explicitación de los principios de la educación del masón libre dejan el sentido último de su educación al arbitrio de las representaciones implìcitas que sus Maestros formadores tengan de ella. Podríamos decir que tales representaciones son concepciones ingenuas de la realidad, que a menudo se construyen del recuerdo de las primeras cámaras, o bien de aprendizajes más bien intuitivos que sistemáticos, y que terminan construyendo una red que da sentido a la tarea formadora pero que por su carácter implícito no termina de ser sometida a la justa crítica.
En segundo lugar, y debido a la existencia de esta red de representaciones implícitas de carácter personal sobre el sentido de la educación del masón libre, la decisión sobre los principios rectores, termina confundida con la construcción de un programa instruccional. De nuevo, la ausencia de la reflexión crítica que debiera conducir a la explicitación de aquello que se considera la razón de las cámaras de aprendizaje, termina siendo la garantìa de la repetición ad eternum de aquello que creí entender, de aquello que recuerdo, o bien de las viejas palabras que consideré en su oportunidad tan sabias de algùn Gran Maestro. De nuevo la ausencia de un acto de justa crìtica y explicitación de las representaciones implícitas, ahoga la discusión sobre los principios.
Por último, antes de emprender la tarea de enumerar y explicitar los principios es necesario recordar esas sabias palabras de Oswald Wirth en “El ideal inciático”: “Enseñad progresivamente, de acuerdo con las reglas de la Iniciación, o de lo contrario callad. Sobre todo, cuidad de no hacer alarde de vuestro saber. El Iniciado es siempre discreto: nunca pontifica, huye del dogmatismo y se esfuerza en toda las circunstancias y en todo lugar para encontrar una verdad que sabe, en conciencia, no poseer….pero es necesario dejarse guiar con confianza y docilidad, fortalecido por esta sinceridad que impone el respeto y también lleva consigo responsabilidades de mucha gravedad. Se establece un verdadero pacto entre el candidato y sus iniciadores…”
¿Cuál es la primera propuesta para poner en la discusión?
Primer Principio: Educar proviene del latìn educere, que significa sacar afuera.
Un principio herdadado del mundo griego y del cual Socrates fue su más alta expresión. De acuerdo a como nos lo informa su discipulo Platón, la “mayéutica” empleada como mètodo didáctico por Socrates, consistía en hacer preguntas a quien se acercara al gran Maestro, hasta que éste “pariera” la verdad. Socrates no “inculcaba” ni “instruía” en nada a su oyente, más bien era éste quien a través de las inquisidoras preguntas de Socrates construía el juicio sobre las cosas del mundo. Una educación así vista, pone al centro de la actividad al sujeto que aprende, y lo hace protagonista enteramente de la búsqueda de la verdad. Si como en la “Paideia” griega, el Masón Libre es obligado a construir sus propias respuestas con la guía de su Maestro, entonces las Cámaras debieran ser un mundo de diálogo, una conversación abierta desde la que emergiera el conocimiento, del mismo modo en que es parido el profano en su iniciación. Las Cámaras debieran parecerse entonces más a una conversación que a una “charla magistral” para asegurar el verdadero aprendizaje: aquel que es “parido” por cada aprendiz.
Segundo Principio: La educación de un masón libre, debe entenderse como el tránsito permanente en la tensión entre el Ser y el Deber Ser (Juan Mantovanni)
En un mundo en el que los opuestos marcan el transito y movimiento permenente del masòn libre, la tensión entre la piedra bruta que se ha de labrar hasta el día en que se decore el Oriente Eterno y lo que aspiramos a Ser, marcan el movimiento eterno entre los extremos. Cualquier proceso de formación debe incluir todas las oportunidades posibles para realizar tal transito: de algún modo el principio del transito entre el Ser y el deber Ser anticipa y participa de la idea del viaje, metáfora tan presente en todos los grados de la masonería. Viajar desde la oscuridad a la luz, viajar como sinónimo de descubrimiento, viaje simbólico personal a la vez que colectivo. Si una cámara no permite al aprendiz -en cualquiera de sus grados- viajar a su interior para rectificando descubrir la piedra filosofal que lleva adentro, entonces no habrá sido una cámara de provecho para el iniciado. A los Maestros está precisamente dirigida la obra poética de Konstantin Kavafis (Itaca) para recordarles que el tránsito es un viaje a Itaca:
“Cuando emprendas tu viaje hacia Ítaca
debes rogar que el viaje sea largo,
lleno de peripecias, lleno de experiencias…
Acude a muchas ciudades del Egipto
para aprender, y aprender de quienes saben.
Conserva siempre en tu alma la idea de Ítaca:
llegar allí, he aquí tu destino.
Mas no hagas con prisas tu camino;
mejor será que dure muchos años,
y que llegues, ya viejo, a la pequeña isla,
rico de cuanto habrás ganado en el camino.”
Tercer Principio: “El trabajo masónico no consiste en la enseñanza de una doctrina, sino en la práctica de un método” Jean Mourgues
Hay en la afirmación de Mourgues una delicada alusión a los peligros del adoctrinamiento y el dogmatismo que se esconden en la repetición de cualquier catecismo que vacío de sentido ontológico pretenda reemplazar la educación del masón libre. Por el contrario, su exaltación es a encontrar un método -cartesiana metáfora- que allane el camino a la verdad más que la verdad misma, pues ella se encuentra en el interior mismo del aprendiz. No hay una razón externa al aprendiz así como no hay una verdad externa; la veracidad se juega en el método que la Cámara construye en conjunto con los hermanos, en la práctica del ritual, en el descubrimiento del simbolo y de su significado: he ahí el método que debiera desarrollar cada Cámara en cada uno de los grados. Construir el método es entonces un acto de la palabra que busca en el interior de sí mismo la forma que adquiere tal método. Reiterativamente, cada Cámara debiera parecer más un conversatorio que un misal, un diálogo abierto por los trabajos del aprendiz, más que una docta receta-recita del Maestro. En Proverbios 22, la Sagrada Biblia nos recuerda este principio de una bella y poética manera: “Instruye al niño en su camino y no se apartará de él”.
Cuarto Principio: “se necesita un pueblo para educar a un niño” Proverbio Hebreo
Como todo buen proverbio, éste simplifica la realidad hasta hacerla visible para todos y todas: la educación de un masón libre no puede quedar al empeño de un único Maestro. Así lo entendieron nuestros ancestros operativos, que exigían el viaje del compañero para conocer otras técnicas de otros Maestros; así lo entendieron las tribus más primitivas de Israel, que vieron en la proliferación de estilos una riqueza para la formación de sus niños y niñas; así debemos entenderlo nosotros, porque el uso de nuestras herramientas, la lectura de nuestros símbolos y la comprensión de los propósitos de la masonería son tan polisémicos, que cada nueva lectura enriquece al aprendiz en todos sus grados. Las Cámaras no sólo debieran ser visitados con asuidad por distintos Maestros, cada Maeestro debiera tomar un rol tutelar sobre los aprendices de su logia sin importar sus grados.La tarea de la foormación masónica recae sobre la Loogia entera, no sólo sobre los hombros de quienes por sus grados de oficialidad tienen el menester de hacerlo.
Quinto Principio: “la razón sólo descubre lo que ella ha producido según sus propios planes…se presenta ante la naturaleza, por decirlo así, llevando en una mano sus prinicipios…y en la otra, la experiencia que por esos principios ha establecido…” Immanuel Kant (Crítica de la Razón Pura)
Kant es una sabia experiencia a la que hay que recurrir cuando se tiene la falsa percepción de que existe un mundo allá afuera esperando ser descubierto, objetivo, impoluto y ascético. No hay tal cosa, menos aún en lo que a la educación del masón libre toca. La razón construye un mundo de significados que luego poblará en su encuentro con la realidad poblada de significados. Una relación dialéctica explica el sentido que el masón libre otorga a cada uno de los símbolos y ritos dentro de nuestras logias; ese descubrimiento y “dotación” de sentido, se hace desde la razón, que se encuentra luego con una realidad que no vive separada de ella misma, sino que más bien la contiene y le da sentido. La única y más novedosa forma de habitar esa realidad construida, es en el diálogo, en la conversación que permite construir significados comunes, que otorga a la objetividad un sentido compartido, y que por tanto abandona la vieja idea de la objetividad como aspiración en la que el sujeto observante está divorciado del objeto que observa. La propuesta de Kant es una forma natural de constructivismo que las Cámaras debieran asegurar como principio pedagógico: se “es” y “se” encuentra aquello que se está dispuesto a construir; se llega tan lejos como se pueda conversar; se entiende tan profundamente como se está dispuesto a acordar en la conversación ontológica de la Cámara.
Séptimo Principio: La educación es un acto continuo, no esporádico.
Cuando todos los principios de la educación masónica se han puesto en juego, la importancia de la sistematicidad llega para recordarnos que la voluntad de quien se convierte en Maestro y la libertad de quien es circunstancialmente Aprendiz, deben encontrarse a lo largo del tiempo en forma continua. No hay nada menos alentador que la formación esporádica, discontinua o episódica. El transito, el viaje, la conversación, el descubrimiento y la construcción son actividades a las que nuestros ancestros operativos asignaban tiempos sagrados, bajo la forma de compromisos ineludibles. Habría además que agregar que sólo el respeto de este principio asegura la continuidad del progreso en la formación del Masón libre. Dado que las enseñanzas de toda Orden tienen una forma progresiva y helicoidal (aumentando en cantidad y calidad) sólo la continuidad del acto educativo podría convertirse en garantía de tal principio acumulativo.
Concluyo señalando que el acto de educar es un acto de la libertad y de la voluntad. No se educa quien no posee la voluntad de hacerlo, no se educa a quien no posee la libertad de decidirlo. El encuentro entre la voluntad y la libertad otorga al acto de educar un tono tan humano. Educar es en un sentido más amplio una conversación, un tránsito, un viaje, un descubrimiento. La Masonería no tiene que viajar lejos para entender hacia dónde se dirige ese viaje, basta con recordar aquello a lo que todos fuimos expuestos al momento de nuestra parición: “Busca en el Interior de la Tierra y Rectificando encontrarás la Piedra Filosofal”.
Santiago, septiembre de 2013 e:.v:.
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