
Tras el largo reinado de Kant y el pensamiento ilustrado, Europa abre un largo camino de interrogantes que comienzan con la exploración irracional de Nietzsche respecto de la Virtud. El ambiente histórico en el que Nietzsche escribe se circunscribe al derrumbe de la era victoriana, tras largas y terribles guerras en que la máquina industrial despoja al ser humano de toda dignidad anterior. Con un lenguaje crítico, a menudo más poético y profético que la acostumbrada quietud filosófica del devenir kantiano, Nietzsche rebela la importancia de la voluntad y el deseo antes que la templanza y la iluminación: la virtud del modesto y del manso, pregonado por un cristianismo dominante, no han hecho sino convertir al ser humano en un esclavo del sentimiento del pecado y la culpa[1]. El reconocimiento de la voluntad como instrumento de liberación que eleva al “superhombre” por encima de la moral cristiana es la Virtud en sí misma, pues sólo conduce hacia la libertad, que es el acto en la tierra, esto es, que hace referencia no a una vida ultra terrena tras la muerte sino a una liberación desde el ahora: “Ustedes miran hacia arriba cuando pretenden alcanzar la liberación, y yo miro hacia abajo, porque soy un espíritu elevado”.
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